Aleksander Ceferin, un capitán discreto que creció ante las adversidades
A los 55 años, este esloveno de cara demacrada no se parece a ningún otro dirigente deportivo: ni a su predecesor en la UEFA Michel Platini, estrella del fútbol con tres Balones de Oro, ni a Gianni Infantino, su homólogo en la FIFA, quien raramente se ahorra algún comentario chocante, ni a Thomas Bach, excampeón olímpico de esgrima que se ha convertido en la cara omnipresente del COI.
"Yo no soy un 'showman'", dijo como tarjeta de presentación este abogado desconocido cuando fue elegido en septiembre de 2016 para dirigir la potente confederación europea de fútbol, frente al neerlandés Michael Van Praag, una vez que Platini tuvo que dejar el cargo por un caso de un pago sospechoso procedente de la FIFA.
Dirigente de un club de fútbol sala, el FC Litija, y posterior presidente de la Federación Eslovena a partir de 2011, Ceferin sólo conocía de la UEFA su comisión jurídica y se presentó como "hombre de equipo" y de diálogo, un mensaje hacia las federaciones más pequeñas en un fútbol europeo donde un puñado de selecciones y clubes concentran talentos y trofeos.
Marcha en 2027
Reelegido sin oposición en 2019, como ocurrió este miércoles en Lisboa, apenas ha recibido críticas públicas en casi siete años: "El negocio está bien gestionado", gracias sobre todo a la muy lucrativa Liga de Campeones, resume un buen conocedor de las instancias del fútbol.
Además de algunas reformas de gobernanza, entre ellas la limitación a tres mandatos de cuatro años para el presidente, lo que le obligará a dejar el cargo en 2027, Ceferin ha sacado adelante una nueva fórmula de las competiciones europeas de clubes a partir de 2024, así como una reforma del 'fair play' financiero.
Pero también supo plantarle cara a Infantino por el apretado calendario internacional cuando la FIFA quiso reformar su Mundial de Clubes, con más participantes y celebrado cada dos años, aliándose para ello con el patrón de la otra gran confederación, la sudamericana, Alejandro Domínguez.
Sin embargo, en la primavera de 2021, este piloto de rallies y cinturón negro de kárate, que siempre da la impresión de tenerlo todo bajo control, directo y frío, estuvo a un paso de entrar en la historia como el enterrador del fútbol europeo de clubes al no haber sido capaz de detectar la traición de una docena de dirigentes.
"Ingenuo" frente a las "serpientes"
Conspirando en secreto, los máximos dirigentes de seis clubes ingleses, tres italianos y otros tantos españoles, intentaron crear su propia competición privada, el mismo día que se presentaba la reforma de la Liga de Campeones, antes de tener que renunciar al proyecto en apenas 48 horas ante la magnitud de las críticas y a la movilización política.
"Estúpidamente, no podía creer que mis interlocutores diarios preparaban en realidad otro proyecto a nuestras espaldas", admitió Ceferin a la cadena eslovena Pop TV. "Sin duda, he sido ingenuo, pero más vale ser ingenuo que mentiroso".
Rostro serio, pálido, no escatimó ataques a "las serpientes", a "los doce malditos" que idearon por "codicia" un proyecto que era "un escupitajo en la cara de todos los amantes del fútbol", y se mostró especialmente dolido con el entonces presidente de la Juventus Andrea Agnelli, al que consideraba tan cercano que le hizo padrino de una de sus tres hijas.
La UEFA espera antes del verano (boreal) un dictamen favorable de la Corte de Justicia Europea para mantener su monopolio deportivo, aunque el episodio de la Superliga sacó a la luz las ambiciones ocultas y las fracturas en el fútbol europeo, que pueden resurgir en cualquier momento.
Aunque Ceferin cuida sus relaciones con el patrón del París SG, Nasser Al Khelaifi, sucesor de Agnelli al frente de la poderosa Asociación Europea de Clubes (ECA), el esloveno debe también considerar los intereses de todos, la clave de la longevidad para cualquier dirigente de una instancia deportiva.
Aunque Ceferin también puede mostrarse intransigente, como cuando en marzo de 2021 y en plena pandemia por el covid-19, exigió a las doce ciudades sede de la Eurocopa a comprometerse a recibir público en los estadios, y no dudó en retirar de la competición a Bilbao y Dublín, pese a que llevaban años preparándose, por no garantizar el poder acceder a la demanda.