Martín Anselmi: pasión e inteligencia que ilusionan a Cruz Azul
A Martín Rodrigo Anselmi hay que juzgarlo por la pasión con la que vive. Este porteño de 39 años ha tomado las decisiones más importantes de su vida empujado siempre por su corazón, sin importar si para sus amigos y familiares no tiene sentido alguno verlo siempre ligero de posesiones y lleno de sueños por cumplir.
Por eso, a pesar de que Martín no llegó a ser jugador profesional tras un breve paso por las inferiores del mítico Ferro Carril Oeste del barrio de Caballito, siempre supo que quería estar ligado al más lindo juego de todos y que en su país es visto como una religión que no tiene ateos.
Sin acceso a la gloria de pisar una cancha llena vestido como jugador, el soñador Martín intentó ingresar al mundo del fútbol por las periferias del juego. Matriculado como periodista deportivo, no terminó gustándole en lo que el oficio se fue convirtiendo al dejar de lado lo que ocurría dentro del campo de juego en pos de generar cualquier polémica sin sentido que se viera reflejado en buenos ratings.
Y aunque la vida lo fue alcanzando y tuvo que empezar a trabajar de lo que fuera para sobrevivir, a Martín le hervía la sangre y el corazón cuando veía buen fútbol. Bielsista como tantos otros que entienden como el técnico argentino que las formas importan en el fútbol y en la vida, sería el Loco quien le daría el último impulso que habría de redefinir su vida para siempre.
Una noche en Manchester que lo cambió todo
A Josu Urrutia le sorprende que todavía le den las gracias cuando camina por las calles de Bilbao, aunque hayan pasado 13 años desde que su nombre cobró una relevancia cuando en 2011 ganó las elecciones a la presidencia del Athletic Club con la promesa de que Marcelo Bielsa iba a ser el entrenador del primer equipo.
Y, aunque al exfutbolista vasco le sorprenda, lo que hizo el Loco en Bilbao durante los dos años que estuvo como entrenador marcó para siempre a jugadores y dirigentes, pero también a una sociedad que nunca había sentido lo que el rosarino los hizo vivir durante ese tiempo. Ya tenían la pasión inequívoca por sus colores y su apasionada forma de ser del Athletic, pero el sentido de pertenencia irrefutable de lo que son como pueblo fue el regalo que Bielsa les hizo para la eternidad.
A la par de sus paseos vespertinos entre los bares de la ciudad, sus amistades con el carnicero, con un dueño de una tienda deportiva y hasta con un cineasta están a la par de lo que toda la gente de Bilbao experimentó el 8 de marzo de 2012, cuando el Athletic Club visitó el mítico Old Trafford para enfrentarse al Manchester United por el partido de ida de los octavos de final de la UEFA Europa League. Esa noche que ya olía a primavera quedó marcada para siempre en la memoria del equipo bilbaíno, no tanto por el resultado –un 2-3 a favor—, sino por la cátedra de velocidad, precisión e intensidad que mostraron en el norte inglés. A lo lejos, a más de 14.000 km de distancia de Manchester, Martín vio embelesado por esa actuación marca Bielsa y se sintió tan inspirado por lo que había visto que decidió tomar las riendas de su vida para cumplir su más grande sueño.
Decidido a entregarlo todo al fútbol y convertirse en entrenador, Anselmi contactó con varios amigos afines a la profesión, entre ellos a uno que tenía relación con Claudio Vivas, asistente de Bielsa, y los convenció de viajar hasta la región vasca para poder conocer al Loco. Para hacerlo, Martín tuvo que vender su motocicleta para costear el viaje. Al final, Martín no sólo conoció a Marcelo y estuvo presente en la final de la Copa del Rey que el Athletic perdió frente al Barcelona de Messi, sino que también tuvo la oportunidad de presenciar varios entrenamientos del rosarino.
Los inicios: creatividad por encima de la precariedad
De regreso en Argentina, Martín abrió una imprenta para sobrevivir y comenzó a estudiar para licenciarse como entrenador. Cuando se recibió, se acercó con uno de sus profesores en el curso, Francisco Berscé, a quien le imprimía talonarios de facturas, y le pidió que lo dejara grabar sus entrenamientos en la quinta división de Independiente de Avellaneda que dirigía.
Y aunque no hubo sueldo alguno para él, a Martín no le importó. Al poco tiempo, con 29 años cumplidos, Martín y Francisco comenzaron a grabar los partidos de los rivales de la reserva del club que dirigía el ídolo Gabriel Milito. No obstante, a pesar de disfrutar las conversaciones con uno de los mejores defensas centrales en la historia de Argentina, Milito se fue del club a los seis meses y Martín se quedó sin trabajo.
Pero su pasión, la que siempre lo empujó, ya había hablado por él. Poco tiempo después, Excursionistas, un club de la cuarta división del país, consultó a Francisco para ver si conocía a algún perfil interesante que pudiera hacerse cargo de un equipo juvenil y él se acordó de inmediato de Martín, quien no dudó en tomar el puesto. Esos futbolistas, menores de 17 años, fueron los primeros que tuvo a su cargo y esa responsabilidad se quedó para siempre dentro de su ser.
Fue en Excursionistas donde Martín aprendió a ser creativo desde su pasión y poco importó vivir la precariedad que el club padecía. Su deseo de triunfar era tal que su esposa Bárbara se involucró en las tareas de su marido al subirse a grabar los entrenamientos del equipo desde un árbol cercano al parque donde practicaban después de pelear y discutir con algún paseador de perros para que les dejaran el espacio libre.
Su arduo trabajo y su capacidad de leer el juego hicieron que Milito lo invitara a formar parte de su cuerpo técnico cuando asumió el cargo de entrenador del primer equipo del gigante Independiente. Luego ayudó a Francisco a formar un buen equipo de juveniles en Atlanta, un club de tercera división que ascendería al año siguiente gracias a los conceptos que implementaron.
Al extranjero, con el corazón por delante
Frustrado con la inestabilidad del fútbol argentino, donde los proyectos no soportan la presión y prácticamente no existe el largo plazo para poder trabajar tranquilo en busca de forjar un buen equipo, Martín decidió marcharse de su país a los 32 años cumplidos y el tiempo le dio la razón.
Martín terminaría encontrando su segundo hogar en Ecuador, con un buen paso en Chile de por medio y una decepcionante corta travesía en Perú. A los cinco años de haberse ido de Argentina, su pasión forjó un nombre por sí sola con la obtención de la Copa Sudamericana y una Copa Ecuador con el Independiente del Valle que cautivó a todo el continente por su estilo de juego que recordaba a Bielsa.
Ese estilo de juego fue captado por Cruz Azul, un grande mexicano que se había liberado de la presión de no ser campeón durante 24 años, que necesitaba encontrar una filosofía que terminara de consolidar un proyecto deportivo, tres años después de haber conseguido un anhelado campeonato.
Y la pasión de Martín ha sido el complemento perfecto para un equipo que busca consolidar su grandeza y no volver a pasar tanto tiempo sin ser campeón. Para sorpresa del argentino, una final perdida no fue motivo suficiente para cortar su proceso y supo que México era un lugar ideal en el que podía ser feliz y donde tenía las condiciones de seguir alimentando la pasión por el juego.
A casi un año de su llegada, la afición celeste está entregada a su entrenador, que celebra los goles de último minuto, las victorias holgadas y los momentos de júbilo con la misma pasión que ellos en la grada. En Martín han encontrado, lo que entienden, es la recompensa a más de dos décadas de sufrimiento y de finales perdidas.
Y, en reciprocidad, Martín encontró en el club de la Noria lo que siempre quiso: un proyecto holgado, serio y fraternal en el que pueda plasmar su idea de juego, pero también su visión de vida. Ese en el que se puede celebrar haber alcanzado de más puntos en un torneo corto y disfrutar cada victoria, sin olvidar los orígenes en los que la mujer amada trepaba un árbol para ayudarlo en los entrenamientos y en los que había que seguir los latidos del corazón ante cualquier duda de la razón.